La palabra «velo» proviene del latín velum, que se refiere a una tela o cortina que cubre algo, impidiendo ver o pensar con claridad. Desde el psicoanálisis, este término adquiere varias connotaciones. Lacan, en el Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, se refiere al velo como aquello que cubre o separa la “verdad del sujeto”.

Es decir, el velo actúa como algo que cubre la verdad subjetiva que cada sujeto porta, esa inscripción del significante en el campo del Otro. Puede pensarse como una representación imaginaria que, según su etimología, “cubre algo e impide pensar con claridad”.

La psicoanalista Miriam Grignoli sostiene que, en cada instancia de constitución, el sujeto enfrenta un punto de opacidad que no lo nombra, lo angustia y del cual se rescata a través de vías articuladas como la imagen narcisista, el Ideal del Yo y el fantasma. Estos constituyen los velos que le permiten ubicarse en el puerto del deseo del Otro.

Por lo tanto, los velos son recursos con los que contamos como sujetos para lidiar con aquello que nos angustia y divide. “Des-velos psicoanalíticos”, porque el psicoanálisis, desde una interpretación posible, puede inferirse que apunta a estos velos imaginarios, como lo idealizado, para movilizarlos y permitir que el sujeto, a través de escuchar su propio decir, se encuentre con —algo— de la verdad que porta. Ya que la verdad, según Lacan, siempre es a medio decir.